jueves, 17 de mayo de 2018
miércoles, 2 de mayo de 2018
diplomacia florentina
Sabemos
que todas las épocas convulsas de la vida política y social han de llegar a un
punto de sosiego y moderación porque la tensión permanente resulta insoportable
para todos los agentes. El problema es que la propia naturaleza humana nos
lleva a escalar en el conflicto hasta el agotamiento para, simplemente, no
tener más remedio que volver al punto de partida y desbrozar nuevas
posibilidades de alcanzar el mismo fin. El mito de Sísifo se ha convertido así
en la hoja de ruta de la mayor parte de la clase política. Hay que buscar la
confrontación hasta el final aunque el final sea llegar de nuevo al principio.
Algo así
ha pasado en las últimas semanas en el mapa político español en el que se viven
luchas fratricidas en las familias de las derechas e igual de cruentas en las
de las izquierdas. La proximidad ideológica concita más envidia que pasión y
más odio que amor. Pero eso no impide que mantengan una unidad de acción y una
visión centrípeta compartida sobre el conflicto catalán y la aplicación del
155. Y entre tanta intriga palaciega, los súbditos del reino reclaman en las
calles que se les devuelva la dignidad y el futuro que les pertenece.
Por
fortuna hay excepciones que en tiempos de crisis desempolvan los principios de
la interlocución, cooperación y respeto, al viejo estilo de la diplomacia florentina, y optan por
desactivar los conflictos buscando puntos de encuentro que beneficien a todos,
aun manteniendo muchas de las diferencias. En síntesis, la utilización de la
astucia y la inteligencia frente a la “razón” de la fuerza, en la que siempre
gana, evidentemente, el más fuerte.
Desde
que el conflicto catalán entró en un aparente punto de no retorno en las
relaciones entre el Estado y el Parlament, ha habido agentes activos que han desplegado
de forma discreta por toda Europa, y entre las partes en litigio, una suerte de
intermediación diplomática que a tenor de las declaraciones de las últimas
semanas puede tener como resultado un diálogo civilizado y respetuoso que
aporte algunas soluciones políticas asumibles, también en el plano de recuperar
la dignidad y el futuro.
No es
casualidad que los florentinos, los mismos que desplegaron una diplomacia
singular, adoptaran el “David” de Miguel Ángel como símbolo de la ciudad, la
victoria de la astucia frente a la fuerza. Ya sólo falta que los dioses
levanten a Sísifo su castigo de subir y bajar eternamente una piedra de la
montaña y se pueda trazar otra hoja de ruta que nos lleve a algún destino
concreto. Al fin y al cabo las alianzas ya no se hacen para las guerras sino
para conservar la paz.
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