Las huelgas y las
manifestaciones son acciones legítimas que la ley ampara y protege
como un
derecho de los trabajadores para reivindicar mejoras salariales y sociales.
Bien es cierto que se trata de un recurso extremo cuando ya se han agotado
todos los procesos ordinarios de negociación.
Quizá, una de sus
características fundamentales es que se produce por colectivos y siempre, o
casi, obedece a intereses sectoriales. Sus niveles de afección en la población
en general son molestos pero no determinantes para el normal desenvolvimiento
de la vida ciudadana.
Pero hay
movilizaciones que por el espectro social que abarcan marcan un antes y un
después en la vida de todos. Y sí afectan a la vida de todos. El movimiento del
15 M ha sido un primer aldabonazo al sistema y a sus regentes. Una reacción social
colectiva que supera cualquier interés sectorial y pide un cambio de paradigmas
en las reglas de las políticas y los mercados, una democracia distributiva real
y tangible. Las clases medias han empobrecido, los asalariados sobreviven a una
inexorable pérdida del valor de su trabajo, los jóvenes tienen un futuro precarizado
sin fecha de caducidad, y los parados… sólo aspiran a alcanzar las limosnas del
sistema.
Alguien a quien no
se esperaba está tocando ahora a las puertas. Alguien les ha cabreado. Son los
que más o menos se las arreglaban para ir tirando con las rentas de una vida
laboral concluida, después de decenas de años al pie del cañón. Miles de
jubilados y pensionistas han salido de un reposo bien ganado y están ahora
tomando las calles. Sus pensiones, un salvoconducto para el resto de su vida y
un asidero milagroso para el presente de sus hijos y nietos, valen cada vez
menos. Son como un salario mínimo familiar, el último eslabón que apenas sostiene
en muchos casos a una cadena generacional sin apenas recursos y con muchas obligaciones.
Creo sinceramente
que no queda ya ningún otro colectivo social que no esté indignado. Los
gobiernos, el que corresponda en cada momento, no se encuentran con una
manifestación de personal sanitario, más o menos llevadera. Tienen enfrente una
movilización general de enfermos que no soportan más la situación y tienen poco
que perder ante una deriva que les abocará a un estado terminal si no hay un
cambio de rumbo. Un magma social en ebullición.
Salvando el tiempo
y las distancias, a muchos gestores del sistema les vendría bien leer “La
madre”, de Máximo Gorki, para comprender que las personas mayores pueden pasar,
y pasan, de meros espectadores a protagonistas, cuando la situación lo
requiere.