Es
curioso ver cómo muchas veces a los grandes avances sociales y políticos les
suceden periodos de depresión que resituan las cosas casi en el punto de
origen. Curioso y preocupante porque suponen mucho esfuerzo para tan poco
recorrido. Desandar el camino siempre es desmoralizador y socava hasta la
entereza de los más convencidos.
La
Unión Europea a la que aspirábamos muchos está aquejada de una aluminosis
estructural galopante que amenaza con colapsar lo poco o mucho que habíamos
avanzado en ese espacio común. Se nos ha creado una conciencia de ciudadanía
pero no una nacionalidad. Las cautelas y recelos de los estados, la crisis
económica y sus consecuencias en los derechos sociales, nos abocan a ser eternos
aspirantes a conseguir ser “Los Estados Unidos de Europa”. Nuestras estructuras
son vulnerables a los caprichos de cualquiera de los estados que hacen
tambalearse a todo el sistema. Lo peor de todo es que estamos perdiendo en poco
tiempo mucho de los que habíamos avanzado en décadas con gran esfuerzo y tesón.
La reconstrucción de lo que había se me antoja una quimera.
Algo
parecido está sucediendo en los Estados Unidos de América. Lo poco o mucho que
se había avanzado en derechos sociales en la era Obama está siendo devorado por
la egolatría de un sicópata acaudalado, con prácticas nepotistas, que dirige al
país y al resto del planeta como si jugara al Monopoly con sus amigos. Creo que
nunca una nación tan grande ha tenido un cerebro tan pequeño, aunque ha habido
algunas aproximaciones.
Lo
dicho, cada vez que se avanza da la sensación de que a muchos ciudadanos les da
un ataque de vértigo y eligen a sus representantes para iniciar un regreso a la
situación anterior. Dos pasitos para adelante y dos pasitos para atrás.
Vistos
estos antecedentes en dos de las grandes zonas más poderosas del planeta me
está empezando a dar miedo lo que pueda suceder en el estado más pequeño del
mundo cuyos adeptos se cuentan por miles de millones: El Vaticano. Un estado
gobernado por Jorge Mario Bergoglio, Francisco, que está casi revolucionando
antiguos preceptos de la iglesia y abriendo sus puertas a muchos de los
derechos sociales que antes se negaban y ahora se asumen como parte de la vida
y de la libertad de sus feligreses. No creo que el aire social que está
impulsando este argentino de verbo pausado y conciencia de pueblo guste a
muchos de sus correligionarios. Le deseo muchos años de vida y confío en que no
le suceda otro Trump.