martes, 1 de marzo de 2016

la basura y las fronteras



Y seguimos a vueltas con los refugiados. Todos buscan la paz en Siria pero cada vez se suman más elementos al conflicto. Todos para solucionarlo, pero para eso por lo visto hay que echar más bombas, sembrar más miseria y destrucción, enterrar entre los escombros a los habitantes que no han huido, y dejar  “un solar” yermo. Es como una especulación urbanística a lo bestia, en versión política y social. Como si Siria tuviese que pagar todos los errores que se cometieron en las primaveras árabes, que resultaron a la postre un gran fiasco. No funcionó ese intento de trasladar a las cigarras la arquitectura social y de vida de las hormigas. Sin menospreciar las costumbres de ninguna de las dos. Simplemente son diferentes y en la naturaleza conviven y se respetan.
Ahora en ese escenario todos echan bombas. Pero hay otro escenario que es el de las consecuencias. Son las mujeres, niños y hombres que han huido del infierno para tratar de alcanzar la retaguardia, en occidente, donde se deciden muchos de los bombardeos y que constituye el refugio más seguro. Pero donde todo eran parabienes en un principio ahora se levantan las fronteras del egoísmo. Es muy difícil esquivar las bombas en Siria, pero tarea casi imposible sortear los rigores del invierno, los muros, el rechazo y el hambre, y contemplar con angustia e impotencia a tus hijos desnutridos, ateridos de frío, aferrados a una esperanza que habita detrás de una alambrada, de una frontera que te niega el paso.
Sólo unos pocos acceden, dejando jirones de piel en las alambradas. La carne y el músculo se los ha comido la travesía. Son los que no entran en el cupo pero encuentran un pequeño resquicio hacia el Edén. El resto, vista la actitud de los gobiernos, seguirá hacinado en los campos de refugiados, en el enorme vertedero humano que nuestras miserias permiten, esperando una recogida selectiva de “basura social” y confiando en que la policía y los expertos los consideren aptos para el reciclaje, no por su condición de personas sino por su formación o sus capacidades.
Estoy harto de oír hablar del conflicto y sus consecuencias y estoy más hastiado aún de que se busquen siempre justificaciones, identificaciones, desavenencias entre estados o problemas de índole jurídico política, para no mirar a la cara a esa gente y afrontar el problema en toda su dimensión. No es el conflicto y sus consecuencias, el drama de las personas trasciende cualquier otra consideración, la hace secundaria. Hay que mirar a los ojos y al alma de los perjudicados, situarse en su piel desgarrada y en su esperanza muerta. Creo que en Euskadi algo hemos aprendiendo de eso en los últimos años. “El conflicto y sus consecuencias” ya no son la barrera que nos hacía invisibles como personas.

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