Y
seguimos a vueltas con los refugiados. Todos buscan la paz en Siria pero cada
vez se suman más elementos al conflicto. Todos para solucionarlo, pero para eso
por lo visto hay que echar más bombas, sembrar más miseria y destrucción,
enterrar entre los escombros a los habitantes que no han huido, y dejar “un solar” yermo. Es como una especulación
urbanística a lo bestia, en versión política y social. Como si Siria tuviese
que pagar todos los errores que se cometieron en las primaveras árabes, que resultaron
a la postre un gran fiasco. No funcionó ese intento de trasladar a las cigarras
la arquitectura social y de vida de las hormigas. Sin menospreciar las
costumbres de ninguna de las dos. Simplemente son diferentes y en la naturaleza
conviven y se respetan.
Ahora
en ese escenario todos echan bombas. Pero hay otro escenario que es el de las
consecuencias. Son las mujeres, niños y hombres que han huido del infierno para
tratar de alcanzar la retaguardia, en occidente, donde se deciden muchos de los
bombardeos y que constituye el refugio más seguro. Pero donde todo eran
parabienes en un principio ahora se levantan las fronteras del egoísmo. Es muy
difícil esquivar las bombas en Siria, pero tarea casi imposible sortear los
rigores del invierno, los muros, el rechazo y el hambre, y contemplar con
angustia e impotencia a tus hijos desnutridos, ateridos de frío, aferrados a
una esperanza que habita detrás de una alambrada, de una frontera que te niega
el paso.
Sólo
unos pocos acceden, dejando jirones de piel en las alambradas. La carne y el
músculo se los ha comido la travesía. Son los que no entran en el cupo pero
encuentran un pequeño resquicio hacia el Edén. El resto, vista la actitud de
los gobiernos, seguirá hacinado en los campos de refugiados, en el enorme
vertedero humano que nuestras miserias permiten, esperando una recogida
selectiva de “basura social” y confiando en que la policía y los expertos los
consideren aptos para el reciclaje, no por su condición de personas sino por su
formación o sus capacidades.
Estoy
harto de oír hablar del conflicto y sus consecuencias y estoy más hastiado aún
de que se busquen siempre justificaciones, identificaciones, desavenencias
entre estados o problemas de índole jurídico política, para no mirar a la cara
a esa gente y afrontar el problema en toda su dimensión. No es el conflicto y
sus consecuencias, el drama de las personas trasciende cualquier otra
consideración, la hace secundaria. Hay que mirar a los ojos y al alma de los
perjudicados, situarse en su piel desgarrada y en su esperanza muerta. Creo que
en Euskadi algo hemos aprendiendo de eso en los últimos años. “El conflicto y
sus consecuencias” ya no son la barrera que nos hacía invisibles como personas.