Toda la elaboración y plasmación de las grandes teorías de pensamiento, las
corrientes filosóficas, las religiones, monoteístas o no, responden al
pensamiento exclusivo y “profundo” de unos pocos. Pero no tienen capacidad de
socialización por sí mismas hasta que alguien con virtudes sintéticas las acaba
sustanciando en un ejemplo práctico, una metáfora ilustrativa o una parábola,
como en el evangelio. No es fácil llegar al corazón cuando es el cerebro el que
ocupa todo el espacio. Y no hablemos de llegar al alma, esa entelequia
escurridiza e intermitente que todo el mundo tiene pero nadie conoce. Es
cuestión de fe.
Por origen y cultura tengo a las sagradas escrituras como el gran sonsonete
de mi infancia y juventud. Metáforas que daban sentido a casi todo lo escuchado
y recitado a lo largo de los casi treinta minutos de la liturgia.
Después, por formación profesional he aprendido a apreciar el valor y la
permeabilidad que tiene entre la gente esta forma de explicar las cosas. El
ejemplo, la parábola, la alegoría, la moraleja... me da igual el nombre.
Hace tiempo que aterrizo en casa muy tarde después de trabajar. Nuestros
hijos están recogidos, se han hecho la cena y esperan a dar- nos las buenas
noches para meterse a la cama. Creo que hasta ahí todo roza la normalidad más
anormal que nos toca vivir: Con- ciliación divino tesoro, dónde estas?
Pero, algo se te cruza entre los pies, te mira fijamente y percibes que
algo le pasa. Es Lukas, que apenas pesa dos kilos, es peluda y mimosa, siempre
complaciente y compañera. Te mira y casi suplica, te acercas a su rincón y comienza
a dar vueltas sobre sí misma. No tiene comida ni bebida, se han olvidado de
ella y por su propia naturaleza no es capaz de satisfacer estas necesidades
básicas. Le llenas los dos recipientes y has colmado su felicidad. No sé si mi
perra piensa, por tanto ni siquiera sé si es inteligente o no, pero tengo claro
cuándo sufre. Mi perra no es mi mascota, es parte de mi familia.
Todos tenemos en la vida circunstancias que nos rodean y a las que apenas
atendemos, aunque sean necesidades vitales, dramas de los que los protagonistas
no pueden salir sin ayuda. Mi familia es amplia y va mucho más allá de los
idiomas, de las fronteras, de las ambiciones, de las guerras y de los tratados
internacionales.
Una familia no la decide la legislación vigente. Shakespeare acuñó la duda
metafísica del “ser o no ser”. Yo avanzo de forma más castiza que “se es o no
se es”: allá cada cual con su cada quién. Como dijo el obispo de Solsona, todos
los mayores que tengan du- das, que piensen y consulten con sus hijos, porque
estamos decidiendo el futuro, y ése es de ellos.