Tengo cierta debilidad por escribir sobre las
atrocidades que cometemos como sociedad con otros grupos sociales y etnias
diferentes a nosotros. El Mediterraneo, la xenofobia, la “aporofobia”, la explotación
infantil, la violación de derechos humanos o las guerras inútiles, porque todas
lo son.
No soy el único, pero casi todos predicamos ante un
espejo social que refleja lo que escribimos pero lo proyecta frio, al revés y
carente de calor humano. Por lo visto la injusticia repetida tantas veces
genera hastío y hasta incomodidad hasta pasar a un estadio de indiferencia. A
ningún ser humano le gusta que le digan las verdades a la cara aunque siempre
nos empeñemos en afirmar lo contrario.
El nuevo Papa por lo visto es el único que tiene
cierto predicamento sobre la conciencia del poder cuando dice con voz pausada y
cara afligida algunas verdades que muchos repetimos a diario sin que conmuevan
a nadie. Debe ser la relación de “poder a poder”.
El resultado es que la mayoría experimentamos una indignación
pasiva momentánea y volvemos a la rutina de nuestro entorno inmediato. La
rutina nos da seguridad. Es el parásito que el sistema ha generado en nosotros
para primar lo práctico sobre lo emocional, sin sobresaltos ni aventuras
temerarias. Cada uno en su escala social, porque esto es una sociedad
estratificada por encima de la cota cero, y mucho más homogénea por debajo, en
las catacumbas.
Pero hay que ser justo. No todos somos así. Hoy no
quiero escribir sobre injusticas sino todo lo contrario. Hay gente valiente,
temeraria, que sí desprende calor humano, que cruza a diario las fronteras de
su mundo para adentrarse en los pozos sociales y ayudar a subir a todo el que
puede. Están entre nosotros y no llaman la atención ni son famosos ni tienen
poder. Tienen corazón, voluntad, conciencia social y coraje. Son los
voluntarios anónimos, las ONGs, ciudadanos y ciudadanas en solitario o
agrupados que se rebelan ante el parásito del sistema, que miran en vertical
para construir un mundo más horizontal por encima de esa cota cero. Vaya desde
aquí mi reconocimiento a todos ellos.
Como decía “Gabo”, Gabriel García Márquez, “un hombre
sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, para ayudarle a levantarse”.
Entre tanto, el resto a lo suyo.
Entre tanto, el resto a lo suyo.