miércoles, 3 de febrero de 2010

ni hao Sui

http://bit.ly/2w3SJXT

Olga Sáez y Blas Bermúdez
 (reportaje publicado en julio de 2008)

Plaza de Tiananmen, diez de la mañana, víspera del primero de mayo de 2008, año de la rata, año olímpico en China. Mientras se realizan los preparativos para conmemorar el día de los trabajadores en la plaza más grande del mundo, en el país más habitado del planeta, en una de sus esquinas un grupo de diecinueve familias occidentales se preparan para una foto oficial. Nada nuevo si no fuera porque al frente de esa formación posan también diecinueve niñas cantonesas que estrenan familia. Sentadas en sus sillitas de bebé observan todo lo que les rodea. Todo lo que ven es nuevo y diferente. Lo que les espera es otro capítulo de su historia, aunque todavía no son conscientes. Desde ahí partirán a distintos lugares de todo el mundo para salir del horror de la soledad en la que conviven con 1350 millones de ciudadanos y formar parte de un proyecto de vida. Al fondo, un enorme retrato de Mao Zedong observa la escena sin inmutarse. Es la consecuencia de su política de control de natalidad y unas tradiciones culturales que sitúan a las mujeres en un plano netamente inferior al del hombre. Entre tanto, miles de turistas deambulan cautivados por los 440.000 metros cuadrados de asfalto, ajenos a la realidad de los orfanatos. La mayoría sólo pueden tener un hijo y prefieren que sea biológico. Tiananmen (la puerta de la paz espiritual) es la Meca de los chinos, es la primera imagen que ilustra los libros de enseñanza cuando se produce la escolarización.
Para llegar a la foto de Tiananmen han pasado cuatro años y seis meses desde que iniciamos los trámites burocráticos de la adopción y mucho más tiempo desde que tomamos la decisión. Compartimos muchas horas de charla con nuestros hijos Iñaki y Saioa. Entonces, todavía no existía Sui… nuestra pequeña Sui. Hace apenas trece meses que pasó del útero materno a engrosar la lista de las más de mil niñas que son abandonadas diariamente en China; una cifra similar al número de vehículos que se matriculan a diario en Pekín, una urbe de dieciséis millones de habitantes que se transforma a pasos agigantados para vivir la fiebre olímpica, mientras por la trastienda del país evacuan a miles de niñas con destino a unidades familiares de otros países.
Han pasado cuatro años y seis meses en los que la ilusión de aquellos primeros días se había ido marchitando y en muchos casos las circunstancias familiares eran otras. La voluntad seguía siendo firme pero tropezaba a menudo con el desaliento y la desesperación. A veces, incluso, se refugiaba en el olvido, totalmente arrinconada por el vértigo de la vida diaria. Aunque los niños se encargaban periódicamente de preguntar por la chinita: ¿Cuándo va a venir?
Hasta que un buen día, uno de esos que parece destinado a no pasar a la historia de nadie por su condición de rutinario, recibes una llamada de alguien que se llama María. No consigues asociarla a ningún conocido hasta que oyes la palabra adopción. A partir de ese momento se acumulan y entremezclan las sensaciones sin orden ni jerarquía. No sabes exactamente lo que sientes. Es la representante de la Asociación para el Cuidado de la Infancia que se dispone a dar la buena noticia. Nos comunica, no sin cierto alborozo, el nombre de la niña, la edad, el estado de salud, la provincia desde donde vendrá nuestra nueva hija, la cita para conocer sus primeras fotos y la fecha en la que viajaremos a buscarla, si la burocracia no se retrasa. En unos minutos la cabeza vuelve a dar vueltas como una noria en el tiempo repasando los últimos cuatro años, los trámites, las actas notariales, los sicólogos... En algunos casos incluso han llegado los hijos biológicos deseados a alguna de las familias. En pocos minutos los sentimientos salen del letargo para recobrar la ilusión por la llegada. Es el inicio de un viaje para toda la vida.
Un viaje a un país en el que el férreo control de natalidad que impuso la revolución cultural de Mao y que hoy perdura, chocó contra las tradiciones del pueblo chino amante de las grandes familias que continuaran las dinastías. Pero esa continuidad sólo se da a través de los varones que son quienes conservan el apellido y siguen unidos al clan familiar. Esta circunstancia unida a que sólo puedan tener un hijo tiene consecuencias nefastas para las mujeres. Si le añadimos el hecho de que el trabajo en los campos tiene una componente de fortaleza y resistencia que los chinos sólo atribuyen a los hombres, nos da una conclusión dramática que tiene unas víctimas señaladas: las niñas, que no tienen valor. Son el excedente de una sociedad consumista al por menor, en el corto plazo, cuyo horizonte de futuro está totalmente condicionado por el presente. China exporta muchas cosas, pero sobre todo niñas. Son lo único made in china original y auténtico; posiblemente su producto más genuino y al que menos valor dan.
Pero eso se piensa. Es parte de la historia. La llamada de la ACI marca la realidad y sitúa el momento en el que verdaderamente se inicia la cuenta atrás para viajar hacía un destino desconocido en lo geográfico y mucho más desconocido en lo personal. No hay dudas, pero sí temores. ¿Quién será? ¿Cómo será el encuentro? ¿Se adaptará bien? ¿En qué condiciones estará? ¿Serán fiables los informes que han mandado los chinos? ¿Serán verdad todas las cosas malas que cuentan? Y lo más importante: ¿Estará bien de salud?
Esta última es la gran pregunta entre los padres adoptantes que después de años de recopilar papeles, certificados, visados y todo tipo de documentos llegamos a la etapa final que no es sino el principio.
Este largo proceso ha supuesto para nosotros un via crucis emocional. Aunque nos hemos encontrado con padres adoptantes que habían sufrido un auténtico calvario de hasta nueve años de tramites y cambios de países. Muchos más de los que lo confiesan han tenido hijos biológicos en este tiempo. Algunos han renunciado a la adopción y otros no. Por eso, muchos se cuestionan no sin cierta ironía la paradoja de que a ningún padre le hacen un test para valorar su capacidad para tener un hijo salvo que vaya a adoptar. Porque, curiosamente, nosotros íbamos pertrechados con un certificado de idoneidad emitido por los servicios sociales de la Diputación que rubricaba nuestra condición de personas preparadas para ser padres de Sui, a pesar de que ya teníamos dos hijos.
El viaje

Durante la larga espera hasta el momento del viaje, cada familia afronta el proceso de forma diferente. Los hay muy previsores que tienen la cuna en la habitación desde el primer día en que han decidió adoptar, hay niñas que tienen nombre mucho antes incluso haber nacido y haber sido abandonadas y otras llevan un par de años con su plaza reservada en una guardería. Esto, sin contar los casos de padres adoptantes que reinician el proceso en China después de haber fracasado en otros países.
Así, con temores similares, ilusiones contenidas y mucho miedo, diecinueve familias de todo el Estado iniciamos, el 18 de abril de 2008, seguramente el viaje más enigmático de nuestras vidas. Éramos de procedencias muy dispares pero con una causa común cuyo destino estaba en Guangzou. La mayor parte se habían juntado en Madrid para iniciar el periplo en grupo. Era uno de tantos grupos de todo el mundo que tienen historias muy diferentes pero que cada día viaja a China con la misma finalidad: encontrarse con su hija.
Después de casi un día de aviones y aeropuertos, por fin llegamos alrededor de las seis de la tarde hora local a Guangzhou, la capital de Cantón. Una región cada vez más industrializada y próspera que compite con el mismísimo Pekín en cuanto a la renta per cápita, que se sitúa en torno a los 400 euros mensuales. Nos encontrábamos al sur de una China urbana y profunda, de clima tropical, lluvias casi torrenciales y una población bulliciosa que impregnaba más que la humedad ambiental. La primera sensación era de caos, seguida de un calor sofocante y un paisaje de horizonte difuminado por la contaminación pero muy colorido por la flora casi selvática que adornaba todos los espacios verdes. Los aguaceros no impedían a sus habitantes hacer la vida en la calle.
Llegamos sólos. Eramos los últimos del grupo que llevaba desde las diez de la mañana en el Hotel de encuentro. En el aeropuerto nos espera Chen Chang, un joven estudiante de Pekín, de 23 años, que chapurrea málamente el español y no entiende nada de cantonés, como él mismo confiesa. Posteriormente supimos que además del mandarín, que es el idioma oficial de China, con él coexisten otros tres idiomas con caracteres propios y lenguaje diferente, que son el tibetano, el mongol y el manchú, además de miles de dialectos. Y por si esta característica diferencial no es suficiente, el puzzle chino se complementa con cincuenta y cinco étnias diferentes que, por el peligro de extinción que corren, gozan de unos privilegios capados para el resto de la población. Estas étnias no están sujetas a ningún tipo de control de natalidad.
Chen Chang, que se presenta ante nosotros como Antonio, es el encargado de acompañarnos al hotel donde nos encontraremos todos los padres. A lo largo del trayecto nos va explicando que Guangzhou se encuentra en el sur, apenas a ciento cincuenta kilómetros de Hong Kong, y serpenteada por el río Perla. Tiene unos diez millones de habitantes y es la capital de una provincia famosa por su cocina y por tener a las mujeres autóctonas más guapas de toda China. Zona de grandes cultivos, el arroz está presente en todas las comidas del día. Las verduras “al dente” conforman un kaleidoscopio multicolor presente en todas las mesas. Pescados a la brasa, carnes sin grasa, pollos exquisitos y patos a la cantonesa conforman un mapa gastronómico único en el mundo.
Guangzou es también conocida como la ciudad de las flores porque su clima tropical ejerce un efecto invernadero en el que se desarrolla multitud de flora de los colores más variopintos.
Llegamos al hotel después de casi una hora de tráfico caótico, cruces de alto riesgo y encrucijadas sin rumbo, pero ni un solo frenazo. A pesar de esta fotografía apenas hay accidentes. El tráfico obedece a un orden anárquico en el que conviven coches, carros, bicicletas, transporte público y peatones. El que se adelante un centímetro pasa y los demás no protestan. En China, el que confíe en un paso de peatones para cruzar una calle puede hacerse viejo en el intento.

Encuentro

En el hotel se produce el encuentro con los padres. Hay familias de Andalucía, Madrid, Valencia, Canarias, Zaragoza y País Vasco. Inmediatamente la reunión se convierte en un intercambio de fotos, surgen los primeros miedos, preguntas... Nos quedan apenas veinticuatro horas para el encuentro con las niñas que proceden de nueve orfanatos diferentes, de los 49 que existen en Cantón. Sui y otras dos niñas vienen de uno situado a cinco horas de viaje desde Guangzou, cerca de la frontera con Vietnam.
Es sábado, el primer día de los dieciocho que tendremos que estar en China para arreglar todo el papeleo que permita consumar la adopción legalmente. Este tiempo es además una excusa para conocer las costumbres de esta gente tan diferentes culturalmente a nosotros.
El lunes a primera hora de la mañana los nervios y las tensiones afloran. El hall del hotel es un hervidero de comentarios mientras esperamos al autobús que nos conducirá al registro.
Al mismo tiempo, en otros puntos de la provincia, las niñas y sus cuidadoras están también a punto de llegar al registro procedentes de los orfanatos, en algunos casos a varios horas de distancia de la capital.
Chan, la guía de la Asociación para el Cuidado de la Infancia, trata de distendir la situación y a través del micrófono del autobús nos empieza a introducir en su país, aunque apenas le escuchamos. Lleva cinco años trabajando con la ACI y ha visto adoptar en este tiempo a miles de niñas, aunque también precisa que cada vez son menos. “Aunque hay planes de natalidad, se siguen abandonando, pero también existe el aborto”. Chan nos explica que las diferencias entre zonas campesinas y grandes urbes ha sufrido también variaciones. En las zonas rurales existe cierta permisividad y se autorizan hasta dos descendientes, siempre y cuando el primero de ellos sea niña.
Por contra, en control en las ciudades se ha endurecido. Si alguien se casa antes de los 25 años puede incluso ser expulsado de la universidad. Se puede acceder a un segundo descendiente solicitando un permiso especial y nunca antes de que hayan transcurrido siete años desde el primero. A cambio, el aborto no sólo es legal sino casi “obligatorio”.
A pesar de estas diferencias la mayor parte de las niñas abandonadas proceden de las zonas campesinas cuyo poder adquisitivo y nivel de vida es abismalmente inferior al de las ciudades.
Este es el motivo principal del abandono. Las autoridades llegan a multar con hasta el equivalente a 10.000 euros si tuvieran más de un hijo. Esta cantidad para un sueldo medio de 400 euros (aproximadamente 4.000 yuanes) les arruinaría de por vida.
El grupo es de lo más variopinto. Carlos y Susana, una pareja de sevillanos, tienen ya un hijo de siete años y una niña de dos y medio nacida en este periodo de espera. Ahora van a recoger a su nueva hija de 18 meses. Richi y Marta viajan desde Madrid, con su hijo Juan, un niño de 8 años adoptado en Rumanía. Cuando llegó pensaban que nunca tendría una movilidad completa en las piernas pero ahora, después de varias operaciones, hay que seguirle el ritmo. Otra pareja de gaditanos han dejado en casa un hijo de 18 años; otros canarios de La Palma esperan ver cumplido su sueño después de 9 años de trámites primero en sudamerica y ahora en China. Cada pareja tiene una historia diferente que contar.
Antes las entregas se hacían en el hall de los hoteles pero las protestas de el resto de clientes, mayoritariamente ejecutivos de todo el mundo, han hecho que el ritual se traslade a un local denominado el registro. Tampoco es frecuente que se hagan en los orfanatos. Esto último tiene mucho que ver con la distancia a la que se encuentran de las ciudades.
En el registro nos vamos uniendo, en un hall bastante espacioso, a otros grupos de padres que han llegado antes. Las niñas con sus cuidadoras esperan en una sala desde donde irán saliendo una a una y serán entregadas a sus nuevas y únicas familias. La cuidadora dirá el nombre de la niña y los padres enseñarán la documentación que acredita que es la que tienen asignada. Meilan, Jia, Lixian, Sui... el alboroto, los nervios, las niñas, algunas llorando, los padres también...Es uno de los momentos que nadie puede olvidar. Algunas niñas, las más mayores, no quieren despegarse de sus cuidadoras. Muchas han recorrido un camino de varias horas y están aturdidas, otras presentan evidencias de estar en estado de sock, extrañan su habitat. Todas tienen entre un año y cuatro y sobre todo las más mayores se encuentran fuera de lugar. Sui se hace esperar pero aparece en brazos de su cuidadora como un auténtico ciclón. Casi ausente de todo el maremagnun de padres y niñas lloriqueando está entretenida manoseando y mordisqueando una pequeña bolsa de plástico amarilla. No para de moverse. Gatea para acercarse a todo lo que le llama la atención y mueve la cabeza de uno a otro lado para observar desde su mirilla todo el revuelo que existe en la sala. Por fin se tranquiliza un poco con el chupete y podemos acercarnos hasta el director del orfanato para hacerle entrega de los tres mil euros. Tienen que ser nuevos y posteriores a 1996. Esta es una advertencia que la tenemos bien aprendida. Como la de obsequiarles con algún producto típico. La mayoría llevamos turrón y algún pequeño cosmético. Si el director del orfanato rechazara los billetes por viejos, rotos o pintados no se podría legalizar la adopción. A partir del momento en que se hace el donativo la niña estará ya con familia para siempre, aunque es en los días siguientes cuando se debe realizar todos los papeleos.
Al día siguiente volvemos al registro para formalizar los trámites de adopción. Nos entrevistamos con la secretaria del juzgado y el notario a los que también se hacen los correspondientes pagos y regalos. Es este último quien a través de un acta certifica legalmente la adopción. El tercer día de estancia en China la policía nos facilita una un libro de familia chino. Según nos explica Chan, en realidad se trata más de un souvenir que de un documento oficial pero en cualquier caso es obligatorio hacérselo. Mientras, llevamos dos días disfrutando de Sui. Se ha adaptado perfectamente a nosotros desde el primer momento. Pero no todos los casos son así. Aunque la mayoría de las niñas están bien y únicamente presentan signos de cansancio y extraña, hay una niña que no come desde el día de la entrega. Su madre ha venido acompañada por su hermana (médico), y quieren llevar a la niña a un hospital pero optan por esperar a que lleguemos a Pekin. Al finalizar la semana viajamos a Pekin para recoger los visados. La niña sigue sin comer y las demás se van adaptando poco a poco. Su madre no está dispuesta a seguir en Pekin así que después de pasar por un hospital, consigue que le aceleren todos los papeles para viajar a Madrid. Es un caso excepcional. Algunos padres del grupo siguen muy preocupados por el estado ausente de las niñas. No todas mejoran al mismo ritmo.
Una consulta de una pediatra en el hotel de Pekín ofrece un paréntesis de tranquilidad. Pero la revisión de la pediatra no es suficiente para detectar enfermedades más importantes que no son evidentes. De hecho ocurre en un caso de este grupo y puede que en otros. Una de las niñas presenta unas manchas en la piel que pueden dar lugar al desarrollo de una enfermedad en el futuro. Pero eso se le detecta cuando llega a su comunidad autónoma. En otro de los grupos con el que coincidimos en la visita a la muralla nos encontramos a una pareja a la que habían asignado un niño que presentaba evidentes síntomas de deficiencia mental. Tuvieron que afrontar la difícil situación de renunciar a él. Una denuncia de la ACI hizo que a cambio les dieran una niña preciosa y cerraran el orfanato. Pero la huella les quedará para siempre. Hemos conocido más casos de gente que ha renunciado y después de varios años siguen en tratamiento psicológico.
El resto de los días que pasas en China son de adaptación para conocerles, turismo para disfrutar, también para que te conozcan y sobre todo para comprenderles. China es un pueblo muy hospitalario, lleno de contrastes. Es como si dentro de la propia ciudad caminaran a dos velocidades diferentes de desarrollo. Porque en una misma avenida pueden convivir en diferentes carriles coches, trolebuses, bicicletas, carritos destartalados y coches de gran lujo. Sólo un dato. En Pekín circulan a diario más de seis millones de bicicletas.
Después de varios días de turismo y disfrute de Sui volvemos a casa y nos reencontramos con la familia. Ya somos uno más. Ni hao Sui (hola Sui).

P.D.

Sui JiaZhen fue abandonada en la puerta de una sucursal del Banco Agrícola en el condado de Suixi, provincia de Cantón, el 29 de marzo de 2007. Pesaba dos kilos y ochocientos gramos. A pesar de los anuncios oficiales, no fue reclamada por nadie en el periodo legal establecido. Se pasó sus primeros meses de vida en el orfanato. Era casi autosuficiente. Miles de niñas siguen en su situación. Y les sucederán otros miles que aún no han nacido.




El hilo rojo



El expediente de adopción que se va elaborando a lo largo de tiempo de espera es una pequeña radiografía de la familia en todos su aspectos. La primera reunión en la Diputación es únicamente orientativa sobre el país, las características de su burocracia, el tiempo de espera estimado o el coste económico. China se caracteriza por su seriedad en este tema y ese es el motivo fundamental por el que cada año aumentan el número de adopciones en este país. España figura en segundo lugar después de Estados Unidos. Sin embargo, hace sólo cinco años se contaban con los dedos de las manos los niños de origen chino traídos por padres adoptivos españoles. Ahora hay más de dos mil registrados como ciudadanos de pleno derecho, y el número se multiplica cada mes.
El señor Yu Xiaohu representante de la Asociación para el Cuidado de la Infancia en Pekin es el encargado de tramitar en el Centro Chino de Adopción el expediente de cada familia. En él se recoge una carta de manifestaciones, una declaración de bienes, certificados médicos y de renta y por supuesto el informe de los sicólogos del servicio de Infancia de la diputación correspondiente, así como la garantía económica mediante certificado de las empresas. Todos los papeles compulsados ante notario para verificar la autenticidad de las firmas, la falta de antecedentes penales, la solvencia económica y hasta la disponibilidad de sitio para el nuevo miembro del hogar. También en ese expediente se adjuntan fotografías de la familia, la que será su habitación o las aficiones de los otros miembros. Dicen que los chinos tienen una gran creencia en el hilo rojo por lo que en principio la recopilación de todos estos datos tendría una finalidad: buscar la familia más adecuada a cada bebe.
Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, a pesar del tiempo, del lugar, a pesar de las circunstancias. El hilo puede tensarse o enredarse, pero nunca podrá romperse.
Pero las adopciones en China cada vez se prolongan más en el tiempo y si bien es cierto que las autoridades chinas son rigurosas en el proceso y eso resulta una carta de garantía, la avalancha de solicitudes y los propios efectos adversos de la política del hijo único han hecho que aumenten las adopciones nacionales y que la media de edad de las niñas sea mayor.
En esos cuatro años de larga espera las diecinueve familias que tienen una misma fecha de asignación sólo asistirán a dos reuniones maratonianas donde las sicólogos se disponen a preparar a los padres para el momento del encuentro. Recomendaciones sobre regalos para los orfanatos, orientaciones sobre el dinero...informaciones que quedan almacenadas.

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Todos los caminos en la vida son sinuosos. No hay líneas rectas para avanzar porque los obstáculos surgen estratégicamente. La propia exis...