lunes, 3 de julio de 2006

la sancion como esperanto

SIEMPRE he reivindicado el derecho que tienen todas las personas a convivir con sus propias contradicciones en tanto en cuanto no resuelvan sus dudas. Pero la vida me ha situado en un punto en el que las certezas son cada vez más escasas y las dudas se extienden como la hiedra. Creo que en el mundo actual escasean los Sócrates modernos frente a los “talibanes” de verdades absolutas. El problema es que cada uno tiene las suyas y muchas veces son irreconciliables con el sentido
común. En definitiva, eso de echar por tierra lo establecido planteando dudas y cuestionando lo institucionalmente asentado es una especie de herejía a la que respondemos con la “solidez” de nuestras convicciones y el efecto perverso que siempre atribuimos a los que gobiernan. El último acontecimiento que me ha llevado a este estado de incertidumbre ha sido la iniciativa de los catalanes de multar a aquellos bañistas que desafiando la bandera roja se sumerjan en aguas del Mediterráneo.
Esta medida ha levantado ampollas entre los puristas de la libertad individual. La respuesta no se ha hecho esperar:
¡Quién es quién para prohibirme bañarme en una playa! ¡Y además me pone una multa!
Esta última parte es la que nos llega al alma, que casi siempre está cerca del bolsillo. Al final, la matemática, los números traducidos a moneda oficial, es la que utilizan las administraciones como lenguaje para llegar al ciudadano, y es el único idioma que algunos ciudadanos entienden. Es una especie de esperanto de la vida moderna. Es un lenguaje de crispación y enfrentamiento que encara a Administración y ciudadanos y a estos con sus congéneres.
El dinero, hasta en sus aspectos más residuales ( no hablamos de macroeconomía) es capaz de deshacer la más sólida relación filosófica y moral que se pueda establecer entre dos personas.
Lo último es el carné de conducir. Puntos... descuentos... restas... y... ¡Zas! ¡Te lo quitan!
No dudo de la importancia de las matemáticas ni de sus bonanzas para la vida moderna, pero creo que la filosofía del comportamiento, la ética de las relaciones entre ciudadanos y las dudas sobre nuestras actitudes viciadas por el egoísmo pueden resituar las cosas. Si hay una señal de curva peligrosa y un límite de velocidad, por qué tengo que rebasarlo; si hay un paso de cebra en rojo por qué tengo que atravesarlo por muy peatón que sea; si hay una bandera roja en una playa por qué tengo que desafiar la opinión de los expertos.
Estoy casi seguro, por aquello de poner en duda todo, de que las administraciones también se equivocan. Pero también estoy casi seguro... por lo de la duda... de que nosotros nos creemos individualmente infalibles. Un poco de filosofía socrática nos vendría estupendamente a ambas
partes.

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